Una periodista de ABC se infiltra en el
escandaloso proceso de selección al que se han sometido los 7.000 agentes de
seguridad contratados a la carrera por la compañía G4S
Fuente: abc.es - ANA MELLADO / SERVICIO ESPECIAL
LONDRES Día 27/07/2012
La
prensa británica informaba estos días de que los aspirantes a «segurata» en los
Juegos Olímpicos podían repetir y repetir la misma pregunta hasta acertar la
respuesta y conversar con otros «alumnos» durante las pruebas sobre el manejo
de los escáneres que, presuntamente, servirán para detectar la presencia de
explosivos. Un escandaloso proceso de selección para una
función clave en la estrategia de seguridad que no hace más que confirmar lo
que percibíamos ya en febrero. «¿Quieres formar parte del gran evento del
año?». Entre puestos de camareros, repartidores de propaganda y niñeras
sobresalía una oferta poco común en las páginas de Gumtree, una archiconocida
web entre los jóvenes sedientos de trabajo afincados en Londres. La empresa G4S
buscaba personas para integrar el equipo de seguridad de los Juegos
Olímpicos de Londres 2012. Ser mayor de 18 años y poseer el derecho
legal para trabajar en el Reino Unido eran los únicos requisitos exigidos. Todo
aquel que enviaba el currículum recibía una citación de manera inmediata.
El
14 de febrero, poco antes de las diez de la mañana, estábamos un paso más cerca
de formar parte de esa Historia. Nada más abandonar la estación central de
Stratford, un reguero de personas dubitativas se dirigía hacia un mismo lugar.
Todos llamaban a un telefonillo en las verjas que dan acceso a los recintos de
G4S, en la calle Pitchford. En una inmensa nave, varios jóvenes ataviados con
camisetas con el logo de la compañía dan la bienvenida a los aspirantes a
«blindar» la Villa Olímpica. Más de cien personas, en su gran mayoría
inmigrantes, esperan impacientes a ser llamadas y entregar la documentación:
pasaporte, número de la seguridad social inglesa, una carta que acredite la
dirección y detalles de la cuenta bancaria.
El
espectro de los allí citados era muy diverso. A primera vista, pocos de ellos
presentaban, desde luego, la complexión que se espera de un vigilante de
seguridad. Me incluyo. La entrega de documentación era sólo el primer
paso de un largo y tedioso proceso con incontables aspirantes. Solo la
espera para acceder a los ordenadores donde debías rellenar un formulario y dar
referencias de antiguos jefes superaba la hora y media. A muchos les costaba
comprender cómo introducir sus datos. Otros, simplemente, no hablaban ni una
palabra de inglés.
Por
fin, la gran entrevista. «¿Qué sabes de G4S? ¿Por qué quieres trabajar para los
JJ.OO.? ¿Cuáles son las bases de un buen trato al cliente?». Cualquier
respuesta parecía satisfacer al joven entrevistador. Le seguía la parte más
ardua, en principio, del proceso de selección: el test visual y olfativo. El
primero consistía en leer las letras ubicadas en un panel a varios metros de
distancia, como en el oculista. Comencé a titubear tratando de descifrar lo
ilegible para una vista afectada por casi tres dioptrías y el estuche de las
lentillas en casa. Pero, tras fallar en repetidas ocasiones y acertar solo la
primera línea con una caligrafía de tamaño mayúsculo, fui informada de que
había pasado la prueba. El examen olfativo consistía en diferenciar el
líquido de dos vasos de plástico. Uno con agua y el otro con vodka. La
obviedad de la respuesta rozaba en este caso lo absurdo. «Esto es vodka», dije,
mirando a un satisfecho examinador.
Contratación de última hora
Sólo
quienes no habían podido entregar toda la documentación requerida al principio
se habían quedado en el camino. Cinco horas después, prácticamente todos los
citados seguíamos dentro. Habíamos conseguido colarnos en el equipo que
custodiaría los Juegos de Londres 2012. La industria de la seguridad privada
forma parte de las llamadas empresas de servicios «just in time».
De la misma manera que la producción de manufacturas –muñecas «made in China» o
componentes de automóvil- se ajusta al máximo a la cadena de montaje y
distribución, compañías como G4s –que emplea a un ejército de más de 600.000
vigilantes en todo el mundo- seleccionan y entrenan a personal de seguridad
así, «justo a tiempo». Solo que esta vez apuraron demasiado.
G4S
recibió un contrato de 360 millones para encargarse del componente privado de
la seguridad en gran parte de las 36 sedes olímpicas. En diciembre, tras la
realización de varios ensayos y simulacros, el Gobierno duplicó el número de
efectivos necesarios para blindar los Juegos hasta 23.700 guardianes, de los
que G4S debía aportar 13.700. A dos semanas de la ceremonia inaugural, la
empresa líder del sector reconocía que no podría reclutar a tanta gente
«a tiempo». Finalmente, las autoridades cuentan con unos 7.000 vigilantes
de G4S, que ocuparán sus puestos a partir de hoy bajo fuertes sospechas sobre
su preparación. En paralelo a la deserción privada, el Gobierno
incrementaba el contingente militar desplegado de 11.500 a 17.000
uniformados, y hasta los 18.200 en estos últimos días. Así, tras el fiasco de
G4S, el clima en el Parque Olímpico ha adquirido, precisamente, el aspecto de
operación militarizada a gran escala que el Reino Unido quería evitar a toda
costa.