CRÓNICA
El atunero del pánico
Encerrados en la habitación del pánico,
los tripulantes del 'Txori Gorri' se creían víctimas de un asalto pirata a 90
millas de las Seychelles
No podían imaginar que Juanjo, 'el
Legía', había cogido su fusil y matado de tres tiros a su jefe de seguridad en
el barco
Fuente: elmundo.es - ANDROS
LOZANO - 17/04/2016
La tarde
discurría en calma a bordo del Txori Gorri (pájaro
rojo) hasta que el eco de un fortísimo estruendo resonó
en mitad del Índico, a 90 millas de Puerto Victoria, capital de las islas
Seychelles. Los más veteranos de la tripulación del atunero vasco pensaron que
se trataba de un nuevo ataque pirata, como aquel que ya vivieron hace siete
años.
Pero no. El
autor del disparo había sido Juan José Vera, el segurataal que algunos apodaban, siempre a sus
espaldas y con recelo, el Legía. Lo que
nadie imaginaba era que había matado a su jefe, el ex marine Juan Manuel
Marchante.
Al instante
vendrían dos tiros más, a bocajarro, para rematarlo. Comenzaban asídos horas de terror a bordo del pesquero. En esos
120 minutos, el asesino acabaría quitándose la vida también.
Todo comienza
a eso de las dos de la tarde del pasado sábado (hora española; dos horas más en
las Seychelles). "Corred, corred", gritan los tripulantes cuando
escuchan tan próxima la primera detonación. Se sienten temerosos ante la
llegada de los inexistentes piratas. A bordo del Txori Gorri van una treintena de pescadores y los
tres miembros del equipo de seguridad contratados por el armador, Inpesca, con
sede en Bermeo (Vizcaya).
Ante una
situación tan confusa, algunos de los marineros se cobijan donde pueden. En
cualquier recodo, en cualquier camarote. Todo escondite sirve. Pero la mayoría
de la tripulación logra adentrarse en la habitación del pánico. Se trata de un pasadizo o
ciudadela a prueba de balas ubicada en la zona baja del barco -de 98 metros de
eslora- y que lo recorre de proa a popa. Allí tienen agua y víveres.
En aquella
trinchera, cerrada a cal y canto y con gruesos portones de acero, los marineros
tienen acceso a la sala de máquinas y comunicación con el puesto de
mando y el exterior de la embarcación. Además, nadie de fuera
puede acceder a ella si sus ocupantes no quieren ya que sólo se puede abrir
desde dentro. La estancia sólo se usa en situaciones de emergencia, como cuando
hay intentos de secuestros. No es el caso, aunque muchos lo creen. El miedo
recorre cada poro de los pescadores escondidos y el barco queda a la deriva.
Afuera, el
cuerpo sin vida de Juan Manuel se postra sobre un charco de sangre. Su asesino
le ha disparado con un arma larga -su fusil de
asalto- cuando éste, tras ascender por una escalerilla, lo tiene enfrente.
Uno. Dos. Tres tiros. La muerte del jefe del equipo de seguridad
del Txori Gorri se produce al instante. De nada
le sirvió alertar por mail hasta en "tres
o cuatro" ocasiones de la peligrosidad de su compañero a la empresa
Seguribérica, para la que ambos trabajaban, según le contó a su familia.
Mientras, el
tercer vigilante de seguridad -cuya identidad se desconoce- se encuentra en
estado de shock. Ha sido testigo de la muerte de su jefe y teme que aquello acabe
en carnicería. Más si cabe cuando se percata de que antes de matar a Juan
Manuel, Juanjo ha manipulado sus armas y las ha vaciado
de munición.
Juanjo, con
nervios, el rostro sudoroso y siempre armado, acude a la sala del barco donde
se encuentra el teléfono satélite que
utilizan la tripulación y el equipo de seguridad para contactar con sus
allegados. Marca un número de teléfono (probablemente, un familiar) y advierte
a su interlocutor de lo que acaba de hacer. "He matado a Juan
Manuel", le dice. Todo apunta a que una discusión entre ambosen
los días previos movió a Juanjo a matar a su superior.
Cuando
cuelga, la persona que hay al otro lado del teléfono llama a la Policía, que
activa un protocolo de seguridad pensando
que se trata de un intento de secuestro con rehenes y muertos. Raudo, un
mediador se dispone a contactar de nuevo con elTxori Gorri. Pero
ya da igual. Juanjo se ha pegado un tiro en
uno de los camarotes del barco al poco del colgar. El Legía se ha suicidado.
Poco a poco,
los tripulantes que no han podido acceder a la habitación del pánico se
dan cuenta de que Juanjo se ha quitado la vida. En el barco se corre la voz de
que las dos horas de terror han terminado. Muerto Juanjo, los portones de la
trincheravuelven a abrirse. El riesgo ha pasado. Al cabo de unas horas
la tripulación y los dos cadáveres desembarcan en Puerto Victoria.
Juan Manuel,
la víctima, era un experto en su trabajo. Gaditano de 41 años, había estado destacado durante ocho años
como infante de Marina en el Tercio de la Armada en San Fernando, su pueblo
natal. Allí aprendió técnicas de guerra, el uso de armas... Pero abandonó el
Ejército en busca de un mejor salario. Lo hizo en 2004. No fue una decisión
sencilla: era su verdadera vocación.
Luego trabajó
en dispositivos de seguridad de grandes conciertos y en giras de cantantes.
También como vigilante en supermercados o en campos de
fútbol, como el del Betis, donde siempre que podía colaba a algún amigo.
Incluso se empleó como camionero durante seis años.
"No le
temía a nada", nos dirán en su familia. "Era un currante nato".
Juan Manuel
trabajó en la cooperativa de transportes de El Cuervo, un pueblo de Sevilla.
Para ir al trabajo, cada mañana recorría los 60 kilómetros que distan entre
ambas localidades. Entre sus compañeros caló hondo: "Era un tío especial.
De ese tipo de gente que uno conoce una vez en su vida", cuenta su tocayo
Juanma Durán, también transportista y con el que mantuvo amistad hasta su muerte. Aunque se veían
poco, el WhastApp los mantenía unidos. "Nunca se enfadó ni se encaró con
nadie".
Ahora hacía
ya casi tres años que Juan Manuel se había bajado del camión para subirse a
bordo de un atunero como miembro del equipo de
seguridad de los barcos que faenan en las peligrosas aguas del
Índico y que bañan la costa este del continente africano. Una zona, la conocida
como el Cuerno de África, de miles de kilómetros de litoral donde reinan los
piratas -principalmente, frente a Somalia, un país sin Estado real-. España
permitió la entrada de la seguridad privada y el uso de armas de guerra a
bordo de los barcos españoles en el Índico tras el incidente
delAlakrana. En octubre 2009, la tripulación de este
pesquero estuvo secuestrada por bucaneros durante 47 días. El Gobierno de
Zapatero pagó un rescate de 4,2 millones de euros.
La última
navegación de Juan Manuel, a la que el sábado pasado puso fin a balazossu compañero, era la quinta.
En el Txori Gorri, dada su experiencia y preparación -había
obtenido en Madrid la placa de vigilante de seguridad y tenía licencia de
armas-,
Juan Manuel
era el jefe del equipo que había de velar por la seguridad de la tripulación. Bajo su mando tenía a
otros dos hombres: uno de ellos acabaría resultando su asesino; el otro aún
permanece impactado tras ser testigo directo de la inolvidable situación de
pánico.
Desde que
empezó a trabajar como vigilante de seguridad para Seguribérica en los
pesqueros, intercalaba cuatro meses en alta mar
con dos en tierra. Cuando volvía a casa, disfrutaba cada segundo que podía
junto a su mujer, Beatriz, y sus dos hijos, de seis y nueve años.
"Os echo
mucho en falta cuando estoy en la mar", les solía decir.
Mientras se
encontraba faenando, sólo pisaba puerto dos días cada
uno o dos meses. Por eso siempre repetía a sus amigos y a la familia: "Hay
que estar muy bien del coco para aguantar este trabajo. Uno lo que ve es sólo
mar a su alrededor". Así lo rememora a Crónica su
hermano pequeño, José María, cuyo rostro es una copia
joven de la de Juan Manuel. La poblada barba que ambos lucían
en los últimos meses acentúa su parecido.
El chico
cuenta que en esta última navegación su
hermano había pasado seis meses enrolado en el Txori Gorri. Lo
hizo por un notable motivo: quería asistir a la comunión del mayor de sus
hijos, que se habría celebrado este fin de semana pero que, finalmente, quedó anulada. "Si se hubiera bajado hace dos
meses, ahora estaría vivo".
Un "loco
conflictivo"
Parte de la familia
de Juan Manuel asimila su pérdida reunida en la
casa de sus padres. Manuela, su hermana -eran cuatro hermanos en total, dos
mujeres y dos hombres- es quien, junto a José María, atiende al periodista en
el comedor del número 32 de la calle Santa Teresa de Jesús en San Fernando. Se
trata de una vivienda de una sola altura, en cuya blanca fachada hay un azulejo
de una virgen. Aquí sólo viven la madre del marine y el menor de los hermanos.
El padre murió hace 11 años. Estas paredes vieron crecer
al hombre muerto a balazos.
Con un
laberinto de venas sonrosadas en los ojos, aunque conteniendo el llanto,
Manuela se lamenta. "Mañana [por este pasado miércoles] debería haber
vuelto", dice encerrando un pañuelo de papel en
su puño derecho. "Pero un loco conflictivo se lo ha llevado".
Ese loco del que habla Manuela es Juan José Vera
Carillo, un ex paracaidista de la Legión que pasó por el Ejército hace dos
décadas. A primeros de diciembre de 2015 realizó el curso de protección marítima que Seguribérica imparte en
Madrid con "prácticas antipiratería" y con "entrenamientos con
fuego real", según refleja la web de la empresa. A los pocos días de
conseguir el título se subió a bordo del atunero vasco en
uno de sus atraques en puerto para el descanso de la tripulación.
Sin embargo,
varios de sus compañeros en aquel curso aseguran que "se condensó en diez horas y en dos tardes lo que se debía
hacer en 40 horas". También afirman que ninguno de los participantes se
sometió a un test psicológico ni de drogas y que tampoco se entrenaron en el
uso de las armas.
Un experto
del sector de la seguridad en este tipo de pesqueros
explica que la reducción de las exigencias en el sistema de selección de
personal y las rebajas salariales han provocado una merma en la profesionalidad de los vigilantes.
Ante la nula
o escasa presencia actual de piratas en la zona del Índico a la que suelen
acudir los atuneros, los armadores exigen una bajada de precios a las
empresas de seguridad que contratan. Éstas, a su vez, reducen
gastos pagando salarios inferiores a los de hace cinco o seis años. Un mes
después del suceso delAlakrana, los sueldos de los
miembros de seguridad que subían a bordo de los atuneros rondaban los 4.500 euros de sueldo. Ahora se les está pagando poco
más de 2.000.
"Este
tío está tocado de la cabeza", le llegó a decir por teléfono Juan Manuel a
su mujer. "El otro día se puso a disparar a otros pesqueros. Cuando se lo
recriminé, me dijo: 'Me aburro. He venido aquí a matar piratas".
De la conducta indisciplinada y agresiva de Juanjo
también dio parte a Seguribérica vía correo electrónico. Tras la muerte de Juan
Manuel, la empresa sólo ha difundido un comunicado y se ha negado a responder a
cualquier cuestión.
"Lo
lógico habría sido desembarcar al agresor. ¿Por qué no se hizo? -se pregunta el
experto en seguridad-. Puede que por ahorrarse los billetes de avión y el
despido del empleado...".
Un gasto que
podría haber ahorrado una vida. O dos.