Fuente:
elfarodigital.es - 14 AGOSTO 2014 - TANIA
COSTA
La
empresa que mantiene siete trabajadores en Melilla abona las nóminas con
pagarés.
Los
vigilantes de seguridad a los que Serramar debe nóminas atrasadas han tenido
que hacer las maletas y viajar a Cádiz, donde la compañía tiene su sede, para
conseguir cobrar sus sueldos.
Los
últimos en hacer el viaje han sido los siete empleados que la empresa mantiene
en la ciudad, custodiando las obras del nuevo hospital y de las 66 viviendas de
Cabrerizas.
El
viaje hasta Cádiz lo hicieron a finales del mes pasado para reclamar las
nóminas de mayo, junio y la extra de julio.
Para
unos trabajadores que en aquel momento llevaban dos meses sin cobrar, gastar
una media de 270 euros en el viaje en barco hasta Málaga, el combustible del
coche para hacer el trayecto por autovía y la noche de hotel en Cádiz es un
lujo que ninguno podía permitirse.
Sin
embargo, esta opción se ha convertido en la única posibilidad que tienen los
vigilantes de Serramar de poder cobrar los salarios que les adeuda la empresa
para la que trabajan o han trabajado.
Los
siete empleados que mantiene Serramar en Melilla son los últimos que han
viajado a Cádiz, porque los primeros en abrir la ‘ruta’ fueron los exempleados
que la compañía tenía en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI)
de Melilla, hasta que la empresa renunció al contrato y la multinacional
mexicana GSI se hizo cargo del servicio de vigilancia y de los trabajadores.
Pero no
ha sido llegar y besar el santo. La empresa abona los atrasos a sus
trabajadores con pagarés que, en algún caso, no tenía fondo. Sin embargo, los
siete empleados que la empresa mantiene en Melilla sí han tenido suerte... de
momento. Hasta ahora han podido cobrar dos de los tres pagarés que les
entregaron en Cádiz, pero el futuro sigue siendo incierto.
La
empresa no responde a los mensajes de móvil que los trabajadores le envían
reclamando sus sueldos y de la nómina de julio, que Serramar debió ingresar el
pasado día 5, nadie contesta.
Para
estos vigilantes, la lucha por cobrar sus sueldos continúa, ahora con la
desventaja de ser ‘los últimos mohicanos’.
El
futuro, incierto tras invertir 1.000 € en ser vigilante
Los
trabajadores que Serramar tiene en Melilla miran hacia el futuro y lo ven todo
negro. Ninguno se explica cómo han podido llegar a esta situación, después de
invertir cerca de 1.000 euros en hacer el curso y pasar el examen de vigilante
de seguridad.
Ahora
tendrían por delante la posibilidad de conseguir trabajo en el centro
penitenciario local, que sustituirá la vigilancia policial por la seguridad
privada, pero esta opción no pueden planteársela porque tendrían que hacer un
nuevo curso de preparación que no es gratis.
Por eso
se encomiendan a la recuperación de su empresa. Desde Serramar aseguraron hace
unos meses a El Faro que habían llegado a la situación actual porque las
empresas para las que trabajan no les pagan. Sin embargo, los siete empleados
que la empresa tiene en Melilla han consultado a la UTE que se encarga de la
obra de las 66 viviendas de Cabrerizas y ésta asegura que no paga a Serramar
porque la empresa no presenta facturas. Desde la compañía de vigilancia niegan
la mayor y aseguran que la UTE no paga.
Al borde
del desahucio y con hijos a cargo
Detrás
de los impagos de la empresa Serramar hay historias desgarradoras. Uno de estos
empleados ha relatado a El Faro las estrecheces que atraviesa con varios hijos
pequeños a su cargo. Los tres meses que la empresa no le abonó el sueldo,
tampoco pudo pagar el alquiler de su casa y estuvo al borde del desahucio. Por
eso hizo el viaje a Cádiz. Los 1.500 euros del primer sueldo atrasado que pudo
cobrar tras ingresar un pagaré se fueron en el abono de los tres meses de
alquiler que debía. Ahora vuelve a estar en la misma situación. Septiembre trae
a todos los padres un serio desembolso por ‘la vuelta al cole’ y los vigilantes
de Serramar no tienen idea de cómo van a subir esa cuesta. “Cobramos y el
dinero desaparece por los intereses y las deudas atrasadas. Sobrevivimos
gracias a la ayuda de nuestros padres y hermanos. Pedimos dinero hasta para
recargar el teléfono”.