AERONÁUTICA Testimonios sobre el accidente del A400M
'Era un
infierno': así fue el rescate del Airbus incendiado en Sevilla
Tres vigilantes y un
limpiador cuentan cómo fueron los primeros en llegar a los heridos del A400M
junto con los dos agricultores a los que Rajoy ha elogiado como héroes
«José Luis decía: 'No puedo respirar'. Se
ahogaba con su sangre», recuerda uno de los improvisados rescatadores sobre el
supervivente más grave, ingeniero de vuelo
El
limpiador Ángel Arjona, que llevó al primer grupo de rescate al... El limpiador
Ángel Arjona, que llevó al primer grupo de rescate al avión incendiado. JESÚS
MORÓN
Fuente:
elmundo.es - EDUARDO DEL CAMPO- Sevilla 11/05/2015
El
presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha publicado en su cuenta de Twitter
una foto suya con Manuel Iglesias, uno de los dos agricultores sevillanos -el
otro es Luis Hidalgo- que ayudaron en los primeros instantes a los dos
supervivientes del accidente del A400M donde murieron cuatro tripulantes, y lo
ha calificado de «héroe». No fueron los únicos. Hay al menos otros cuatro
hombres ajenos a los equipos de emergencias que llegaron de forma prácticamente
simultánea al escenario del desastre para asistir a los heridos y cuya acción y
nombres, hasta ahora que EL MUNDO los ha encontrado y ha hablado con ellos, no
se conocían.
Si a
los dos agricultores les concediera el Gobierno la medalla al Mérito Civil,
quizás habría que ampliar el círculo e incluirles a ellos, tres empleados de seguridad de Prosegur destinados en el cercano centro
comercial Outlets (antiguo Factory Aeropuerto) y un trabajador de limpieza
y mantenimiento de ese polígono industrial, Los Espartales, en el término de La
Rinconada. Aunque afirman que sólo han hecho lo que debían. «No soy un héroe,
no quiero palmaditas en el hombro, sólo hicimos lo que habría hecho cualquier
persona», dice Adrián Andrade, auxiliar de seguridad de 29 años, que encontró
«un auténtico infierno». Recuerda el hueso roto de la pierna de un herido «que
le atravesaba la bota militar».
Ese
superviviente era el ingeniero José Luis de Augusto, que tenía «una fractura en
la cara que le llegaba desde la frente a la parte superior de la boca. Decía,
'no puedo respirar, no puedo respirar', por la sensación de ahogarse que sentía
con su sangre», rememora el vigilante de
seguridad Rafael Vizcaíno Caricol, de 39 años. Con él y con Andrade iba también el vigilante Pablo Rossi.
El
accidente ha costado la vida a cuatro tripulantes (los pilotos Jaime de
Gandarillas y Manu Regueiro y los ingenieros Jesualdo Martínez Ródenas y
Gabriel García Prieto) y ha puesto en jaque la producción del avión militar
A400M, el mayor proyecto de defensa europeo, que se ensambla en la cercana
fábrica de Airbus del aeropuerto de San Pablo. Este domingo, un día después del
desastre, encontramos a Ángel Arjona Muñoz, de 32 años, vecino de Brenes, en su
puesto de trabajo, barriendo con una escoba y un recogedor la calle principal
del polígono Los Espartales bajo el sol ardiente de las tres de la tarde.
Cuenta qué hizo. «Estaba barriendo. Había visto pasar el avión antes, normal, y
más tarde escuché un ruido y a los cinco minutos vi mucho humo negro [por
encima de las naves industriales, que le tapaban la visión]. Cogí el coche,
encontré a los dos vigilantes y un auxiliar de Prosegur, los monté y fuimos
hacia el humo. Pero había una torreta caída y cables de alta tensión cortando el
camino. Yo me quedé allí para avisar del peligro de los cables a las
emergencias que vinieran y ellos se fueron hacia el avión».
"Los
cables de alta tensión pegaban chispazos"
Rafael
Vizcaíno cuenta por teléfono -ayer estaba fuera de Sevilla de descanso- que
rodearon la torre caída y los cables, «que pegaban chispazos en el camino», y
corrieron campo a través. «Nos encontramos el avión ardiendo y una humareda
impresionante». Explica que dos trabajadores del cortijo, que está a doscientos
metros, habían llegado en ese momento y estaban ya ayudando al herido que
estaba más cerca de la cabina, «a unos 50 metros», retirándolo unos metros más
para alejarlo de las llamas. Ese herido era el mecánico de vuelo Joaquín Muñoz
Anaya, con quemaduras y politraumatismos. Los dos agricultores y los tres
vigilantes de Prosegur se fueron entonces a ayudar al otro superviviente,
herido más grave, el ingeniero José Luis de Augusto, que yacía «en un carril a
más de cien metros de la parte de atrás del avión». Lo cogieron en volandas y
lo apartaron, y los rescatadores improvisados se dividieron entonces para
acompañar a los heridos mientras llegaban las ambulancias y para advertir a
sanitarios, bomberos, guardias y policías del riesgo de los cables,
desviándolos por un camino que indicaron los agricultores.
Así
ayudaron a ordenar la «caótica» situación de los primeros minutos, cuando las
emergencias quedaron «bloqueadas por los cables de alta tensión». En esos
primeros minutos también llegaron un ciclista que hacía deporte por allí y una
pareja de guardias civiles, añade.
Uno de
los agricultores contó ayer en televisión que vio cómo el avión al aterrizar de
emergencia chocó con la torre eléctrica y salió ardiendo. Al parecer, los
supervivientes se tiraron al suelo desde la ventanilla de la cabina cuando el
avión paró en tierra y, como pudieron, se arrastraron unos metros. Aunque
Rafael dice que el ingeniero quizás «salió despedido» lejos del aparato, pues
no comprende cómo con la pierna rota pudo moverse. No pudieron hacer nada por
los otros tripulantes. «El piloto y el copiloto estaban ya muertos en sus
puestos en la cabina».
El
herido más grave se quejaba de que no podía respirar, sintiendo que se ahogaba
con su sangre. Le hablaban para mantenerlo despierto mientras llegaba la ambulancia,
recuerda Adrián Andrade: «Mis compañeros Rafael y Pablo estaban a sus lados y
yo por detrás, para inmovilizarlo. Le preguntábamos, ¿cómo te llamas? 'Me llamo
José Luis', ¿cómo te llamas?, 'José Luis', para que no se desmayara. ¿Cuántos
ibais? 'Ocho', '¿Cuántos ibais? 'Siete' ¿Cuántos ibais? 'Seis'». Sobre el
accidente ni les preguntaron ni los heridos podían articular más palabras.
«Al
retirar a un herido escuché algo que explotaba detrás, chuff. Podía haberlo
cogido a él o incluso a nosotros», apunta Andrade. Insiste en que sólo hicieron
lo que debían. «Los mismos clientes del centro comercial me dijeron que habían
visto un avión estrellarse. Hablé con mis compañeros, 'vamos para allá, si es
un avión hay gente, y si hay gente, hay que echar una mano'», dice este vecino
de La Puebla de Cazalla. Lamenta que no pudieran hacer nada por los cuatro
muertos.
Su
compañero Rafael está de acuerdo: «No somos héroes, hemos hecho nuestro
trabajo». Aunque ve justo «que se reconozca a todos» los que ayudaron, y
precisa que, puesto que los trabajadores del cortijo ya estaban donde cayó el
avión, ellos fueron entonces «los primeros en llegar del resto». No importa el
orden: la pronta intervención de todos junto al avión en llamas contribuyó a
que los dos supervivientes no perdieran su hilo de vida.